Durante tres años Mathew Shurka intentó caminar y hablar de forma más varonil, ser popular entre sus compañeros de clase y evitar cualquier contacto con mujeres, incluidas su madre y sus hermanas. El roce con otros hombres lo convertiría en heterosexual, mientras que cualquier interacción con el sexo femenino podía afectar su progreso. Eso era lo que le decía el terapeuta que pretendía "curar" su homosexualidad.
El precio de este tratamiento fue el deterioro de sus relaciones familiares, bajar su rendimiento escolar, depresión y lidiar durante dos años con las ganas de quitarse la vida: Sabía que era gay y que eso no iba a cambiar. Mathew comenzó la terapia cuando tenía apenas 16 años y fue su padre quien lo llevó, pues temía que la comunidad los rechazara por la orientación sexual de su hijo.
Lo que vivió Mathew Shurka se conoce como terapia de reorientación o de conversión sexual. Partiendo de la idea de que la homosexualidad es una enfermedad, el tratamiento (que existe desde finales del siglo XIX) pretende transformar en heterosexual o cisgénero a un hombre gay o una mujer lesbiana, valiéndose de métodos que van desde psicoterapia y receta de fármacos hasta tortura física y psicológica.
“Seis semanas y te haré straight (hetero). Garantizado”, le dijo el especialista de Nueva York a Shurka el día que se conocieron. En los tres años que siguieron, el chico se volvió totalmente inseguro y dependiente del terapeuta.
Un problema generalizado
Nueva York no es la única ciudad donde se ofrecen terapias de reorientación sexual. En Estados Unidos se se practican desde finales del siglo XIX y son muchos los testimonios que dan cuenta de su crudeza. Uno de ellos es el de Sam Brinton, quien a principios de este año compartió su historia con The New York Times los detalles del “tratamiento” al que lo sometieron sus padres en Florida. Ocurrió durante la década del 2000, cuando era un adolescente.
“El terapeuta dio instrucciones para que me amarraran a una mesa y me pusieran hielo, calor y electricidad en el cuerpo. Me obligaron a ver en un televisor videos de hombres homosexuales que se tomaban de las manos, se abrazaban y tenían sexo. Se suponía que asociaría esas imágenes con el dolor que estaba sintiendo para hacerme heterosexual de una vez por todas. Al final no funcionó, pero yo decía que sí solo para dejar de sentir dolor”, relató Brinton, quien hoy es parte de The Trevor Project, un programa que proporciona servicios de intervención de crisis y prevención del suicidio a jóvenes LGBTQ (lesbiana, gay, bisexual, transgénero y queer).
Estados Unidos tampoco es el único país donde se practican estos tratamientos. En Brasil estaban prohibidos pero, recientemente, un juez anuló dicha prohibición. En Ecuador hay "clínicas de deshomosexualización" que han sido denunciadas por torturas y descargas eléctricas para gais y "violaciones correctivas" para lesbianas. En China es legal la homosexualidad, pero hacen terapias para “curarla” con ataduras o electroshock. En la India también aplican el electroshock. Y hay casos en España, México, Inglaterra y muchos otros.
En general, son aupados por grupos conservadores extremistas y también religiosos, de hecho, hay testimonios de jóvenes que han recibido la terapia de sacerdotes. "Nos quitaban todo lo que nos hacía únicos como personas y nos hicieron caminar, hablar, ser como robots para complacer a Dios", contó a The Huffington Post un chico de 15 años a quien le hicieron el tratamiento en el sótano de una iglesia de Estados Unidos, con el consentimiento de su familia.
Lo más común es que los afectados sean bastante jóvenes, incluso menores de edad. Y son sus propias familias las que los obligan a hacer el tratamiento o lo sugieren.
No es una enfermedad
El psiquiatra Lepoldo Rendón, quien es parte de staff de HolaDoctor.com, explica que la orientación sexual es el aspecto de la sexualidad que se define por el objeto de satisfacción sexual que tiene un individuo. En caso de que el objeto del deseo y satisfacción sea una persona del mismo sexo, hablamos de orientación homosexual.
“Estas terapias las realizan bajo el precepto de que la homosexualidad es un trastorno mental, lo cual según el consenso científico, es falso. Por lo tanto no es una terapia, quien lo ofrece va en contra de la evidencia científica y quien busca esta atención, también”, afirma el psiquiatra.
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En el año 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría (AAP, por su sigla en inglés) eliminó la homosexualidad de su lista de trastornos mentales. La Organización Mundial de la Salud (OMS), la Asociación Médica Americana, la Asociación Americana de Psicología, la Academia Americana de Pediatría y otras reconocidas asociaciones tampoco consideran la homosexualidad una enfermedad, rechazan la aplicación de las terapias de conversión y consideran que no es ético aplicarlas.
Para Rendón, además, resulta simplista clasificar la orientación como homosexual o heterosexual: “En determinados momentos de la vida a una persona pudiera ocurrirle que modifique de manera momentánea o más permanente su orientación sexual, esto depende de sus tendencias previas y las circunstancias afectivas y del contexto que está viviendo”.
El futuro es incierto
Pese al rechazo de las autoridades y a que no hay evidencias científicas que respalden el propósito de los tratamientos, un estudio reciente llevado a cabo por el Instituto Williams de la UCLA (Universidad de California en Los Angeles), ofreció cifras reveladoras: Solo en Estados Unidos, cerca de 698,000 personas LGBTQ han pasado por una terapia de conversión en algún momento y aproximadamente 350,000 de ellas la recibieron cuando eran adolescentes.
Human Rights Watch ha publicado informes denunciando estas prácticas y algunos países están tomando medidas. El gobierno del Reino Unido anunció que las prohibirá, en México un diputado presentó una propuesta para que sean catalogadas como tortura y en Puerto Rico la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción también pidió que se prohíban.
En Estados Unidos no es legal aplicar las terapias a menores de edad en 10 estados y en el Distrito de Columbia, tampoco lo es la publicidad que las presente como un método útil para cambiar la orientación sexual o la identidad de género. Sin embargo, las proyecciones del Instituto Williams dicen que unos 20,000 adolescentes LGBTQ recibirán terapia de conversión de un profesional de la salud y 57,000 la recibirán de un sacerdote o guía espiritual.
Monica Trasandes, directora de medios en español de la Alianza Gay y Lésbica contra la Difamación (GLAAD, por su sigla en inglés), lamenta que todavía exista la creencia de que la homosexualidad es una enfermedad mental y que continúen estas prácticas. En su opinión, estas son “tácticas para reprimir el deseo y crear auto rechazo, lo cual suele causar más depresión en una persona que ya se siente despreciada o rechazada”.
Trasandes recomienda a quienes han pasado por estas experiencias buscar ayuda: “Hay organizaciones, hay gente que te va a querer y aceptar exactamente como naciste, sin tener que cambiar quién eres. Naciste perfecta/o. Es injusto y cruel hacerle esto a otra persona”. Esa fue la salida que encontró Mathew Shurka.
A los 19 años el joven abandonó el tratamiento y con ayuda de otro terapeuta y de su madre, dice que encontró la fuerza de voluntad y volvió a unir los pedazos de su vida. A los 23 años, “tuve el coraje de decir: soy un hombre gay”.
Ahora Shurka se dedica a ayudar a otras personas que han vivido experiencias similares compartiendo su historia en diferentes medios y eventos. Se unió al Centro Nacional para los Derechos de las Lesbianas (NCLR, por su sigla en inglés) y creó la campaña Born Perfect, que busca proteger a los jóvenes LGBTQ de los daños de la terapia de conversión. Y ha estado trabajando con legisladores para promover leyes que prohíban esta práctica.
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